Este fragmento es especial. Hoy cumple años una de mis
mejores amigas, una de las personas que más me ha aportado. Nos unió algo muy
fuerte, algo muy especial que a la vez nos apartaba un poco del resto de la
gente que nos rodeaba. Fue una de mis primeras lectoras y críticas, fue mi
amiga, y mi hermanita. Y, aunque el destino nos hizo tomar caminos diferentes,
los malentendidos nos distanciaron, sé que en el fondo ella me sigue queriendo
como yo la quiero a ella.
Feliz cumpleaños, Little Phantom.
Las cosas estaban demasiado tranquilas últimamente. Los
sombríos pasillos que semanas antes habían estado llenos de fiesta y jolgorio,
solo albergaban polvo y oscuridad. El teatro parecía haberse sumido en un
terrible sueño después del último accidente.
Como si realmente de un alma en pena se tratara, Blanche
paseaba angustiada por los bastidores, el escenario y los pasillos de las
butacas con un aire de melancolía y tristeza abrumadora. No entendía como había
podido suceder todo aquello. Acariciando el respaldo quemado de una de las
butacas de primera fila, sintió como si aquel templo de la música llevara
siglos cerrado.
Siguió su paseo diario, el que la ayudaba a no perder la
escasa cordura que habitaba en ella, hasta llegar a los camerinos de bailarinas
y divas. Una amarga sonrisa apareció en su rostro; el lujo y la riqueza
diferenciaban mucho el entorno de aquellas habitaciones, comparadas con el
antiguo dormitorio del conservatorio que ocupaba ella.
Los nombres de las bailarinas que habían huido despavoridas
en la noche fatal seguían intactos en sus puertas, escritos en hermosas letras
doradas de metal. Al fondo, quedaban los camerinos de las grandes actrices, de
las divas de la Ópera, las verdaderas estrellas de aquel firmamento de la
música.
Sintió un nudo en el estómago al leer el nombre de aquellas
mujeres que se habían entregado en cuerpo y alma para ofrecer un maravilloso
espectáculo como el que realizaban noche tras noche, aria tras aria. En
especial, sintió un pinchazo en el corazón al leer el nombre del camerino del
fondo, en el que no dudó en empujar la puerta y acceder.
Polvoriento y con una densa neblina provocada por la
ausencia de su propietaria, aun conservaba la esencia de la misma. Los lienzos
que habían utilizado para promocionar las operas de las que había sido
protagonista, algún que otro vestido olvidado sobre la cama, demasiado cansada
quizás de devolverlo al departamento de vestuario, las joyas de cristal rojo
que solía utilizar en cuello y orejas, y demás recuerdos que la herían con
fuerza ahora que su ausencia estaba más presente que ella misma.
Por último, los ojos de Blanche se posaron en un papelito
que se encontraba en el tocador de su antigua amiga. Confusa, no entendía
porque le resultaba familiar, hasta que lo tomó en las manos y el nudo en su
garganta se pronunció hasta hacer aflorar las tímidas lágrimas de emoción.
Se trataba de un trocito de sus anotaciones como regidora. Ella
y Blanche solían huir del escenario y de la presión que ejercía sobre ellas. Solían
esconderse en su camerino y ponerse a hablar sobre cualquier tema posible,
entre ellos habladurías del teatro o simples consejos de canto. En aquel trozo
de papel habían escrito entre dibujos producidos por el puro aburrimiento y
alguna florecilla sus nombres, ‘Claire y Blanche’, en su bonita letra.
Pese a que habían tenido diferencias entre ellas debido a su
acercamiento al fantasma del edificio, hasta el punto de no asistirla en su
última ópera, aún conservaba ahí aquel pequeño trocito símbolo de su amistad. Las
lágrimas empezaron a rodar por sus pálidas mejillas, sintiéndose aún más rota.
No debió haberse separado de ella de aquella manera. Y no sabía ni siquiera si
volvería a verla de nuevo.
Apretó el papelito contra su pecho. Aquel fragmento evocaba
solo uno de los muchos recuerdos que conservaba con la diva Claire Moccino.
Entre ellos, el primero de todos.
Había sido uno de los primeros días como co-regidora. La
libertad de movimiento y acción de la que gozaba no tenían precio, era
sencillamente el paraíso. Podía asistir en cualquier momento a cualquier
persona, podía formar parte de todo el proceso, estaba en la gloria.
Caminaba por el escenario, una hora antes del ensayo
general. Los únicos acompañantes que tenía aquella soporífera tarde eran los
tramoyistas que preparaban el attrezzo necesario para la escena a representar.
Blanche enrollaba nerviosamente el libreto de aquella ópera, cuando a sus oídos
llegó una melodía procedente de bastidores. Se giró, curiosa de quien podía
estar entonando aquellas notas, correctas tanto en el tono como en la
ejecución, pertenecientes a una ópera no muy conocida, pero sin duda una de sus
favoritas.
Descorrió el cortinaje verde oscuro que separaba el
escenario de entrecajas y vio a una joven, posiblemente de su edad, con una
partitura en la mano. Tenía la cabellera larga y rizada, castaño oscuro sin
llegar a ser negro. Su piel era tan blanca como la de Blanche y tenían una
altura similar. Ataviada con un sencillo vestido negro y una chaqueta de tela
fuerte y cara, ensayaba para lo que parecía su primera actuación en la Ópera Popular.
—Buenas tardes —murmuró Blanche, aprovechando a que su ensayo
parecía finalizado—, ¿eres la nueva actriz, verdad?
—¡Sí! ¡O al menos eso espero! —respondió la chica enérgicamente—.
Creo que tengo posibilidades, si consigo interpretar a Julieta tan bien como
deseo.
—Espera, por eso me era familiar —Blanche se asomó a la hoja
de papel que sostenía la joven, leyendo emocionada el título—. ¡Te vas a
presentar con el aria principal de ‘Lo Spirito Innamorato’? ¡No me lo puedo
creer!
—¿La conoces?
—Qué si la conozco, mademoiselle… ¡Adoro cada nota de la
partitura de esa maravilla de la música!
Si se hubieran mirado ambas a un espejo en aquel momento,
posiblemente no habrían encontrado mayor similitud en la expresión emocionada y
sorprendida de sus rostros. Era como dos hermanas que se habían encontrado por
primera vez y se habían dado cuenta de su parentesco solo con verse.
—¿Cómo te llamas? —preguntó la chica, sonriente.
—Blanche, Blanche Lhereux, ¿y tú?
“Claire Moccino”, leyó
Blanche, una vez cerró la puerta tras su paso. Había decidido cerrar de nuevo
aquella habitación, como si nadie hubiera pasado por allí desde que su dueña la
dejó. El polvoriento nombre de su amiga aún brillaba en las letras cursivas y
doradas. Podría haber sido una bonita metáfora de su relación, como algo
antiguo y casi olvidado, pero que aún conservaba su brillo y su resplandor.
Esbozó una sonrisa, apretando en su mano y con cuidado de no arrugarlo, aquel
pequeño trozo de papel.
Iba a luchar, no solo por su amistad con Claire, sino porque
ella volviera a cantar, porque la vida y la luz volvieran a entrar en la Ópera.
No se iba a quedar de brazos cruzados mientras su sueño, el sueño de su vida,
se estancaba en el oído.
Haría que la música volviera a sonar cada noche en el
Palacio Garnier.
Y que su dueño estuviera orgulloso de su creación.